sábado, 26 de septiembre de 2015

Día de reflexión (y un punto de partida)


La izquierda supuestamente anticapitalista/verde que integra Junts pel Sí, encarnada en su cabeza de lista, Raül Romeva, no considera un inconveniente el hecho de que un nuevo Estado (capitalista) catalán se vaya a ver obligado a bajarse –aún más– los pantalones ante las instituciones europeas para que Cataluña sea (re)admitida en la UE. Tampoco le ha hecho demasiados ascos a ir de la mano con unos socios políticos, no solo capitalistas, sino corruptos.

Se les ha llenado la boca de “democracia”, pero, como dice José Ignacio Torreblanca hoy en El País, “es bastante plausible aventurar que una futura constitución catalana en modo alguno incluiría un derecho simétrico a decidir sobre la estatalidad en los mismos términos empleados para la secesión, es decir, que bastara una mayoría de escaños en el Parlament o una consulta popular para desencadenar una unión con España”.

Por su lado, pero en el mismo sentido, parte de la izquierda radical (?) y anti UE no parece darse cuenta (impropio de comunistas o “anti-sistema” –sic–) de que ha hablado más de Nación y de pueblo (nociones ambas surgidas de la ideología dominante, id est, capitalista), o de "derecho a decidir", que de explotación. Y no solo me refiero a la explotación visible (la mujer, los pobres, los parados…), sino también la invisible, esa que nos afecta a todos al dar por hecho que hemos nacido “libres”, como si no hubiéramos nacido todos en una historia muy concreta, con sus lógicas productivas y la ideología que las legitima. ¿Qué tiene que ver la “identidad catalana” con la explotación de las vidas cotidianas? Nada. Pero el inconsciente ideológico es así: nos traiciona siempre. 

Mañana, antes o después de ir a votar (da igual),  podrían algunos pasar por los quioscos y llevarse, con El País, por solo 9.95€, un librito divulgativo sobre Gramsci y Althusser. Les vendría muy bien para refrescar algunas ideas sobre la “lucha”. Yo lo haré. Es muy simple: si se quiere luchar, no ya solo contra un Estado, sino contra las instituciones del poder global gobernadas por la derecha (el capital), las secesiones nacionalistas no sirven para nada: son un paso atrás. 

Pues bien, resulta que uno de los partidos de “centro” ha hecho una campaña mucho más convincente y coherente, y más de izquierdas que la de la izquierda –mal llamada– radical catalana, al hablar de listas del paro o de la sanidad donde no se hace distinción entre independentistas y unionistas; que no le da relevancia a los penosos altercados de banderas; que habla de que han de pagar más los que más tienen, y más, los corruptos, etc. Cosas que a un Jiménez Losantos le parecieron en su día populistas o anti-liberales. Lo doy por bueno como punto de partida.

jueves, 4 de junio de 2015

'Why?' (Los casos de Neymar/Iraola y Ginger Baker)



Nada más lejos de mi intención que sugerir una nueva esencia común al fútbol y la música; antes prefiero caer en el tópico de evocar la vida inteligente (extraterrestre) cada vez que Messi hace honor a su nombre. Ni siquiera me referiré al batería británico como músico (un genio), sino como alguien que, en un momento dado, se revuelve contra su propio inconsciente ideológico, es decir contra el sentido de su “vida”.

Sobre el jugador brasileño solo he de decir que es de agradecer todo el espectáculo que sea capaz de ofrecer en cualquier momento del partido. Por eso estuvo completamente fuera de lugar la rabieta que se cogió Iraola cuando el ‘11’ del Tridente culé intentó tirarle un sombrero en los últimos minutos de la pasada final de Copa. Y yo me pregunto ¿por qué?

El hecho me parecería casi más lamentable que la pitada al himno nacional por parte de las dos aficiones enfrentadas, si no fuera porque el acto colectivo de “lesa patria” no es más que el ruido del viejo y correoso nacionalismo capitalista que, disfrazado de “raíces culturales” y “lingüísticas” y –ahora– de “verdadera democracia”, tiene a las masas (¡incluso a las izquierdas!) dispuestas a silbar al unísono por un cambio de símbolos oficiales y fronteras estatales (es decir, por una Hacienda propia); en absoluto, claro es, por un cambio de sistema. En cuanto a la ‘lambretta’ de marras, de haber sido yo el árbitro del partido, hubiera expulsado sin miramientos al jugador del Athletic por crear un absurdo precedente contrario al juego vistoso. Poca broma.

Pero, al igual que hay futbolistas con la piel muy fina, hay periodistas para quienes la sustancia de una entrevista importa menos que su propio lucimiento; y si al entrevistado le da por cargar contra el sentido mismo de las preguntas, ellos tiñen su amor propio de ultraje a su humilde talante profesional.

El ejemplo es una entrevista de 2013 para The Guardian entre el periodista Michael Hann y Ginger Baker, quien, con setenta y tres años (prácticamente a la batería), se ha dado cuenta ya de que los acontecimientos de su vida y su arte están llenos de huecos que la ideología dominante no cesa de llenar con presupuestos de lectura biográfica. Cosas tan trilladas como las influencias estéticas entre músicos y géneros musicales, la idea de evolución del arte (desde sus supuestos “orígenes”), las experiencias iniciáticas (la estancia de Baker en Nigeria, donde se habría “empapado” de los “auténticos” ritmos africanos), o incluso las drogas, etc. Aspectos todos a los que los medios de comunicación (es decir, el mercado) asignan ciertas cuotas de “valor simbólico” o “autenticidad”, es decir: para cada “acontecimiento vital” una cantidad indeterminada pero efectiva de mérito social (aun distinguiendo entre mito y realidad, la relación imaginaria con esta última es lo que cuenta: "the man and the myth"). En este sentido, todo en la entrevista estaba ya tasado de antemano; del personaje solo se esperaba que contara las anécdotas oportunas.

Pues bien, al escupirle Ginger Baker a todo eso y más (y no era la primera vez que se despachaba a gusto), el periodista pasó a temer por su propio prestigio. Hasta cierto punto es normal: el homenajeado fue a degüello con él. Pero no se entiende el pataleo posterior: “Meeting Ginger Baker: an experience to forget”.  Como dice una y otra vez la canción que da nombre al último disco en solitario de Baker (2014): Why?

sábado, 8 de noviembre de 2014

De Podemos al Big Bang: elementos de autocrítica ideológica




I. ¿Podemos?

¿Podemos? ¿Somos? ¿Ganemos?... Bien. Hagamos primero de abogados del diablo y digamos que no nos gustó, en su día, el Podemos como lema o eslogan. Aparte de remitirnos inevitablemente al huero frenesí del primer Obama o hacer hincapié en el poder antes que en la unión (por supuesto implícita), el nombre es sencillamente un tanto naíf. Algo así como el “todos somos” de los desahucios y la violencia de género, lema socorrido donde los haya que (con toda la buena voluntad del mundo, claro está, y que se me perdone) parece complacerse con la mística del ser.

Pero si, en cambio, obviamos lo trillado, el guiño un sí es no es dudoso (no creo que Pablo Iglesias haya querido nunca identificarse con ese y, menos ahora, con este Obama saliente); si, como decimos, descartamos lo obvio, entonces nos empieza a parecer que, efectivamente, hay en España quien se ha unido (y organizado) para conquistar cierta libertad, sobre todo aquella en la que el capitalismo financiero o neoliberal no deja de hacer estragos: nuestra libertad cotidiana, nuestras vidas, ¡lo único que tenemos! Ese es el verdadero fantasma que recorre el mundo global (vid. Rodríguez, J. C., De qué hablamos cuando hablamos de marxismo, Akal, Madrid, 2013). Que podamos o no contra el capitalismo está por ver. Porque, ¿alguien cree en él? En el fantasma, quiero decir.

II. ¿Somos?

Hagamos, pues, un poco de autocrítica. En concreto, habría que preguntarse esto: ¿qué decimos cuando decimos somos? Hoy decimos “somos” o “podemos” desde el propio “yo soy”, el de cada uno. Pensamos: “yo soy luego puedo”, y, por supuesto, luego, si nos unimos, “podemos”; pero primero va el "yo".

El comunitarismo resuelve la contradicción individuo/sociedad, pero no necesariamente el problema de fondo: la explotación vital. Y si algo no lo soluciona de ninguna manera, desde luego son los groseros separatismos políticos, económicos y lingüísticos. No necesariamente ideológicos: la idea de una comunidad de personas que no se conocen pero que hablan una misma lengua y creen en el ombligo de su espíritu nacional, del que manaría el Ser vasco o el catalán o el gallego, etc., no significa que su ideología básica sea distinta de la de sus detractores.  La que nos une a todos es la ideología de nuestro Modo de Producción capitalista: la ideología del sujeto libre en cualquiera de sus segregaciones. 

Pero si no hay solución -de momento- más que para las contradicciones del sistema (y no para el problema de la explotación), es porque no se alcanza a ver el fondo de la cuestión: el hecho de que creemos en el “yo soy (supuestamente) libre” con fe ciega, sin saber qué somos en realidad. En efecto, nadie lo sabe; por eso habría que empezar por tomar cierta conciencia siquiera de lo que decimos cuando decimos “yo soy”.

Freud nos dijo que el "yo" es un fantasma gramatical. El capitalismo (el sistema en su ideología) ha dado forma a ese fantasma: nos ha metido en la cabeza el inconsciente ideológico del “yo soy (supuestamente) libre”, es decir: la subjetividad libre. ¡Por supuesto que debemos ser libres y pensar o crear libremente! ¡Seámoslo, hagámoslo! Pero creer que lo somos y lo hacemos y decirlo, aquí y ahora, son una y la misma cosa: efecto de nuestra ideología capitalista. Toda la literatura y el pensamiento modernos (ya desde el siglo XIV) han consistido en la suturación de las contradicciones que el sistema ha ido encontrando en todos sus niveles (económico, político e ideológico), suturación efectuada desde la matriz misma del nivel ideológico: el “yo libre” que legitima al sistema mediante la (re)producción de la relación (imaginaria) entre sujetos libres: eso que antes se llamó contrato y hoy se llama comunicación.

III. ¿Qué son ellos? ¿Los otros?

Me refiero, por ejemplo, a los sanguinarios yihadistas del Estado Islámico. Quizá encontremos una lógica subyacente (¡no una justificación, Dios me libre!) a semejante aberración. Ellos parecen distintos a nosotros, ¿verdad? No en su "condición humana", claro -se nos dirá-, pero sí en su "ideología". Veamos, ya que esta última palabra hay que cogerla con pinzas. Sin ellas, ideología significa para nosotros justamente lo primero: el discurso sobre la noción de "condición humana". Ideología es lo que damos por supuesto sobre dicha condición. Hasta ahí las pinzas.

Lo que quiero aclarar es que no creo que ningún yihadista de hoy (ni de ayer) se sienta ajeno a la contradicción individuo/sociedad. O que, incluso en el fragor de la batalla, su "yo-libre", es decir, el "yo" de la libertad subjetiva y experiencial, no contraponga su experiencia de la "Guerra Santa" a la de la santa vida cotidiana, es decir, al miedo a la soledad, la ansiedad de la competitividad y la preocupación por la imagen del cuerpo, antes que cualquier idea del paraíso, por tentadora que sea. Eso es lo que hoy hay que suturar a toda costa: nuestra soledad. Y si esto empieza a ser cierto en sociedades en las que aún hay un fuerte sentimiento comunitario (étnico, religioso, familiar, etc.), cuanto más entre aquellos "lobos solitarios" amamantados (o más bien destetados) por nuestra loba occidental.

Y es que los sueños de felicidad tecnológica, dinero, fama y eterna juventud son, en efecto, incompatibles con la servidumbre ideológica; es decir, con la matriz ideológica Señor/siervo, sea quien sea ese Señor: dios, el califa, el cacique de turno, etc. El problema se da, pues, cuando la desacralización del inconsciente ideológico se resiste a ser expresada; en concreto, cuando el discurso fundamentalista se radicaliza precisamente porque choca con un inconsciente ideológico que ya nos impregna a todos. También a ellos. Entonces vienen los tiros y los atentados, como el que sufrió Malala, la heróica niña paquistaní que aboga (aún, felizmente) por el derecho a la escolarización de las niñas en el valle del Swat, como en el resto del "mundo libre".

Pero el discurso de los yihadistas (su violencia) es uno: el de la política y el fanatismo religioso unidos; y su inconsciente ideológico es ya-otro (muy parecido al nuestro, con perdón), que sufre, además, de una neurosis de las de aquí te espero: pues, si bien su discurso es contrario a la libertad subjetiva (ésta pertenece solo a su dios) o ideológica en el sentido habitual del término (no en el sentido sistémico en el que nosotros entendemos la palabra ideología, siguiendo la teoría de Juan Carlos Rodríguez); a pesar de su intolerancia, decimos, su inconsciente ideológico pertenece ya al sistema que mejor rentabiliza su petróleo, esto es: el sistema capitalista.

Solo que este sistema no se sostiene sino con la ideología dominante, basada en el “yo-libre” y por ello radicalmente distinta. Un discurso bien claro en última instancia: aquel que borra la idea (no la realidad) de la explotación, y habla en cambio de comunicación, subjetividad (o confesionalidad) libre, igualdad de oportunidades o de género -sic-, conocimiento científico, tecnología, originalidad artística, derechos humanos, educación, etc. Radicalmente mejor que el fundamentalismo islamista o de cualquier tipo, eso por supuesto. Pero es que en un Estado Islámico, como en cualquier tipo de organicismo social, la explotación se hace demasiado evidente si la idea de cuerpo social no se sostiene, es decir, si no se apoya en un inconsciente ideológico capaz de asumir como propia la relación señor/siervo (como en el feudalismo). Hoy eso ya no existe, y resulta que sólo es posible la relación sujeto/sujeto (sólo aparentemente simétrica).

No otra es la ideología -ya sin contradicciones demasiado problemáticas, al menos en su expresión- del “Yo soy Malala, y esta es mi historia”, contada -¡y en buena hora!- por la jóven (hoy premio Nobel de la Paz), desde su condición de mujer (libre), su verdad (íntima), su sentido común (universal); esto es: desde su subjetividad (supuestamente) libre. Esto es lo que ha calado hasta la médula, también del mundo islamista, cuyo fanatismo no viene más que a reprimirlo. Y es que el nuestro se ha convertido en un inconsciente ideológico global que legitima -repetimos, en última instancia- a la economía dominante del mismo tipo.

IV. Lenguaje e ideología

Donde hace más de tres siglos que hemos asumido, consciente y -sobre todo- inconscientemente, dicho discurso como propio, sin represión alguna, es en Occidente, donde las contradicciones y la neurosis son otras. 

Es sintomático en este sentido un editorial como el de El País de hoy (6/11/2014), en el que no sólo se intenta dar ánimos a Sánchez, sino que se nos sorprende además diciendo que el jaque al bipartidismo que ha supuesto Podemos, a juzgar por los últimos datos estadísticos del Barómetro del CIS, “coincide con movimientos telúricos que ya se han producido en la política de otros países europeos castigados por la crisis”. Ciertamente, en Cataluña, lo telúrico -sic- podría llegar a considerarse como explicación última (desesperada) de la falta de seny -otro mito- con que ha prendido la mecha de la traca soberanista. Sólo que no es eso lo que empuja ciegamente a nuestro Artur y su Lancelot (Junqueras) a la creación de un nuevo e hipotéticamente próspero Estado capitalista, sino que ellos también se dicen cada mañana podem!

Pero volvamos a la neurosis del editorial: el hecho de que se hable de crisis o corrupción y a la vez de telurismo es simplemente una manera de evitar el tópico de "la rueda" o “los vaivenes de la historia”. Es decir: como si la historia no fuera histórica; como si no consistiera en nuestras relaciones de existencia (las reales y las imaginarias, como hizo notar Louis Althusser), sino en cósmicos bamboleos: una especie de coctelera sociológica universal que se agitara sola cada siglo y de la que salieran, como por ensalmo, los “nuevos tiempos”, encaminados a sufrir su propia crisis llegado el momento del cambio y -en lenguaje hegeliano puro- "la conservación de lo superado". Exactamente como un buen o un mal trago. Porque eso es lo que el inconsciente ideológico de la supuesta libertad nos hace pensar espontáneamente: que la historia es cíclica, que consiste en una evolución natural de lo humano, algo resuelto en la tematización antropológica, sociológica y, ante todo, biológica (la temática de la Vida); y, por supuesto, la cultura: una evolución de lo mismo hacia lo mismo: los "valores universales", los "temas eternos", sólo que hoy con tejanos y rock & roll. Todo, menos pensar en la lucha de clases diaria, la que viene de arriba (desde el poder), económica, política e ideológica (consciente o inconsciente).

Así, nuestro mundo también adolece de una especial neurosis discursiva: hablamos de crisis en términos económicos (crisis asiática, crisis occidental, global, etc.) o políticos (corrupción, bipartidismo, etc.) o trascendentales (crisis de valores, crisis cultural, etc.), cuando en realidad, ideológicamente, la noción de crisis transcribe, en terminología teñida por el sociologismo evolucionista o de los ciclos, la idea romántica del Espíritu de la Historia hegeliano y sus vaivenes, es decir, su autorreconocimeinto o negación trascendental de la historia, frente a la negación material de la historia formulada por Marx: la consciencia histórica del hombre como hacedor (consciente e inconsciente) de la historia. La historia de las relaciones de existencia, en definitiva. La ideología dominante, por supuesto, descarta esta posibilidad por considerar que, si el hombre es el sujeto de la historia, no puede por tanto “alejarse” -sic- lo suficiente de sí mismo como para ser objetivo. De ahí toda la problemática de los métodos en las “ciencias sociales” o “humanas”: métodos empíricos que, por un lado refinan su empirismo (sus prácticas analíticas/acumulativas y su extracción de conclusiones) y por otro se reafirman en sus presupuestos ideológicos, en concreto en la idea evolución-libertad.

Y es precisamente desde el uso político de esta pretendida objetividad de los métodos empíricos que producen dicha noción (evolución-libertad) desde donde le llueven las críticas a Podemos. A los de Pablo Iglesias, para contraatacarlos, se les dice (en el mejor de los casos) lo que antaño se le decía a Julio Anguita: ¿Quién no va a estar de acuerdo con la utopía? Pero no es realista. Lo que ustedes proponen (revisiones de la deuda estatal, subsidios a espuertas, políticas fiscales igualitarias, etc.) es irrealizable, y además -esto tampoco es nuevo- sería catastrófico: sería una involución. Digamos que contra el aplastante sentido común de Anguita, como contra la política a contrapelo de Pablo Iglesias, se esgrime el sentido común dominante: el del sujeto libre que solo necesita “regeneración política” (esto es, evolución), no “lucha política”, sino -organicismo expresivo al canto- “sangre nueva” en el poder, es decir: un suero de "ética política", unas dosis de humanismo (pero esto sólo a nivel discursivo). Es decir: el famoso “capitalismo con rostro humano”.

Pero lo dudoso sobre Podemos (a pesar de que leen a Gramsci y a Marcuse) es si de verdad pueden luchar política e ideológicamente contra ese poder (y no nos engañemos: la “regeneración” es una lucha a muerte, solo que desde arriba, desde el mismo poder) que se relaciona con Podemos (y sus aledaños) por la base: la ideología del sujeto libre. Relación ésta, por supuesto, inconsciente, pero efectiva, y por tanto problemática.

La pregunta clave para Podemos (no para los infames yihadistas) es, pues, si se puede o no luchar contra un sistema sin romper, cuestionándola, con la ideología dominante que lo legitima. Si puede haber, en definitiva, una verdadera lucha sin reparar siquiera en el hecho de que la ideología nos impregna también a quienes pretendemos ir contra el sistema. ¿Tiene Podemos en cuenta que es el Modo de Producción el que (re)produce nuestro inconsciente ideológico desde el nacimiento, no las instituciones que nos lo inculcan (como creen los weberianos), del mismo modo que no es el método el que ofrece el conocimiento de la historia, sino el conocimiento mismo de que los métodos son producto de la historia? ¡Hasta en las ciencias hay ideología! Podemos, sí, pero precisamente porque no nacemos libres, sino capitalistas; y, en todo caso, nos liberaremos conquistando la libertad. Eso es a lo que aspiramos.

V. La norma (o la ideología del Big Bang)

Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de libertad? El simple hecho de decir que hemos nacido libres y moriremos libres es caer en la trampa del sistema (¡el nuestro!), y eso se ha dicho hasta la saciedad, desde Thomas Jefferson et al., hasta los hippies o el movimiento 15-M. Es la norma.

Y es que, sin romper con la ideología que nos configura, su (nuestra) norma, la de las relaciones imaginarias (de libertad inter-subjetiva) con nuestras condiciones reales de existencia (la explotación), la lucha contra el sistema sólo se volverá contra sí misma, disolviéndose o segregándose en contradicciones bien conocidas: lo privado y lo público, el individuo y la sociedad, la identidad y la otredad, las partes y el todo, la civilización o la barbarie, etc., tan fáciles de resolver en boca de populistas, independentistas, neoliberales, o altos funcionarios de Bruselas: los “dominguillos” del poder, como los llama Julio Anguita.

Dejémonos, pues, siquiera por un momento, de tanto big bang y de tanta especie humana e intentemos pensar en lo que realmente nos hace ser quienes somos, sin importar de dónde venimos ni a dónde vamos (en términos de evolución). Consideremos la historia en sus tres niveles: el económico, el político y la norma ideológica. Y, sin embargo, es este último nivel, el ideológico, el que nos remite, sistemáticamente, a pensar en los orígenes de la Naturaleza Humana, esa invención radicalmente histórica (vid. Rodríguez, J.C., La Norma Literaria, Debate, Madrid, 2001).

En conclusión, podemos afirmar que el triángulo Podemos-9N-PP, PSOE, etc. se explica por las contradicciones de la base ideológica: la misma en todos (solo que unos mangan al por mayor, otros al por menor y otros se han cansado del mangoneo, pero no del sistema). Es la ideología propia del sistema que nos configura (a todos) la que nos hace creer que cada uno tiene su ideología. En definitiva: no hay motivo para tanto altercado -supuestamente- ideológico.