I. ¿Podemos?
¿Podemos? ¿Somos?
¿Ganemos?... Bien. Hagamos primero de abogados del diablo y digamos que no nos gustó, en
su día, el Podemos como lema o
eslogan. Aparte de remitirnos inevitablemente al huero frenesí del primer Obama
o hacer hincapié en el poder antes que en la unión (por supuesto implícita), el
nombre es sencillamente un tanto naíf. Algo así como el “todos somos” de los
desahucios y la violencia de género, lema socorrido donde los haya que (con
toda la buena voluntad del mundo, claro está, y que se me perdone) parece
complacerse con la mística del ser.
Pero si, en cambio, obviamos lo
trillado, el guiño un sí es no es dudoso (no creo que Pablo Iglesias haya
querido nunca identificarse con ese y, menos ahora, con este Obama saliente); si,
como decimos, descartamos lo obvio, entonces nos empieza a parecer que,
efectivamente, hay en España quien se ha unido (y organizado) para conquistar
cierta libertad, sobre todo aquella en la que el capitalismo financiero o neoliberal no deja
de hacer estragos: nuestra libertad cotidiana, nuestras vidas, ¡lo único que tenemos! Ese es el verdadero fantasma que recorre el
mundo global (vid. Rodríguez, J. C., De qué hablamos cuando hablamos de marxismo,
Akal, Madrid, 2013). Que podamos o no contra el capitalismo está por ver.
Porque, ¿alguien cree en él? En el fantasma, quiero decir.
II. ¿Somos?
Hagamos, pues, un poco de
autocrítica. En concreto, habría que preguntarse esto: ¿qué decimos cuando decimos somos? Hoy decimos “somos” o “podemos” desde el propio “yo soy”, el
de cada uno. Pensamos: “yo soy luego puedo”, y, por supuesto, luego, si nos unimos, “podemos”; pero primero va el "yo".
El comunitarismo resuelve la contradicción individuo/sociedad, pero no
necesariamente el problema de fondo: la explotación vital. Y si algo no lo
soluciona de ninguna manera, desde luego son los groseros separatismos políticos, económicos y lingüísticos. No necesariamente ideológicos: la idea de una comunidad de personas que no se conocen pero que hablan una misma lengua y creen en el ombligo de su espíritu nacional, del que manaría el Ser vasco o el catalán o el gallego, etc., no significa que su ideología básica sea distinta de la de sus detractores. La que nos une a todos es la ideología de nuestro Modo de Producción capitalista: la ideología del sujeto libre en cualquiera de sus segregaciones.
Pero si no hay
solución -de momento- más que para las contradicciones del sistema (y no para el
problema de la explotación), es porque no se alcanza a ver el fondo
de la cuestión: el hecho de que creemos en el “yo
soy (supuestamente) libre” con fe ciega, sin saber qué somos en realidad. En efecto, nadie lo sabe; por eso habría que empezar por tomar cierta conciencia siquiera de lo que decimos cuando decimos “yo soy”.
Freud nos dijo que el "yo" es un fantasma gramatical. El capitalismo (el sistema en su ideología) ha dado forma a ese fantasma: nos ha metido en la cabeza el inconsciente ideológico del “yo
soy (supuestamente) libre”, es decir: la subjetividad libre. ¡Por supuesto que debemos ser
libres y pensar o crear libremente! ¡Seámoslo, hagámoslo! Pero creer que lo
somos y lo hacemos y decirlo, aquí y ahora, son una y la misma cosa: efecto de nuestra
ideología capitalista. Toda la literatura y el pensamiento modernos (ya desde el siglo XIV)
han consistido en la suturación de las contradicciones que el sistema ha ido encontrando en todos sus niveles (económico,
político e ideológico), suturación efectuada desde la matriz misma del nivel ideológico: el “yo libre”
que legitima al sistema mediante la (re)producción de la relación (imaginaria) entre sujetos libres: eso que antes se llamó contrato y hoy se llama comunicación.
III. ¿Qué son ellos? ¿Los otros?
Me refiero, por ejemplo, a los sanguinarios yihadistas del Estado Islámico. Quizá encontremos una lógica subyacente (¡no una justificación, Dios me libre!) a semejante aberración. Ellos parecen distintos a nosotros, ¿verdad? No en su "condición humana", claro -se nos dirá-, pero sí en su "ideología". Veamos, ya que esta última palabra hay que cogerla con pinzas. Sin ellas, ideología significa para nosotros justamente lo primero: el discurso sobre la noción de "condición humana". Ideología es lo que damos por supuesto sobre dicha condición. Hasta ahí las pinzas.
Lo que quiero aclarar es que no creo que ningún yihadista de hoy (ni de ayer) se sienta ajeno a la contradicción individuo/sociedad. O que, incluso en el fragor de la batalla, su "yo-libre", es decir, el "yo" de la libertad subjetiva y experiencial, no contraponga su experiencia de la "Guerra Santa" a la de la santa vida cotidiana, es decir, al miedo a la soledad, la ansiedad de la competitividad y la preocupación por la imagen del cuerpo, antes que cualquier idea del paraíso, por tentadora que sea. Eso es lo que hoy hay que suturar a toda costa: nuestra soledad. Y si esto empieza a ser cierto en sociedades en las que aún hay un fuerte sentimiento comunitario (étnico, religioso, familiar, etc.), cuanto más entre aquellos "lobos solitarios" amamantados (o más bien destetados) por nuestra loba occidental.
Y es que los sueños de felicidad tecnológica, dinero, fama y eterna juventud son, en efecto, incompatibles con la servidumbre ideológica; es decir, con la matriz ideológica Señor/siervo, sea quien sea ese Señor: dios, el califa, el cacique de turno, etc. El problema se da, pues, cuando la desacralización del inconsciente ideológico se resiste a ser expresada; en concreto, cuando el discurso fundamentalista se radicaliza precisamente porque choca con un inconsciente ideológico que ya nos impregna a todos. También a ellos. Entonces vienen los tiros y los atentados, como el que sufrió Malala, la heróica niña paquistaní que aboga (aún, felizmente) por el derecho a la escolarización de las niñas en el valle del Swat, como en el resto del "mundo libre".
Pero el discurso de los yihadistas (su
violencia) es uno: el de la política y el fanatismo religioso unidos; y su
inconsciente ideológico es ya-otro (muy parecido al nuestro, con perdón), que sufre, además, de una neurosis de las de aquí te espero: pues, si bien su discurso es contrario
a la libertad subjetiva (ésta pertenece solo a su dios) o ideológica en el
sentido habitual del término (no en el sentido sistémico en el que nosotros
entendemos la palabra ideología, siguiendo la teoría de Juan Carlos Rodríguez); a pesar de
su intolerancia, decimos, su inconsciente ideológico pertenece ya al sistema que mejor rentabiliza su
petróleo, esto es: el sistema capitalista.
Solo que este sistema no se
sostiene sino con la ideología dominante, basada en el “yo-libre” y por ello radicalmente
distinta. Un discurso bien claro en última instancia: aquel que borra
la idea (no la realidad) de la explotación, y habla en cambio de comunicación, subjetividad
(o confesionalidad) libre, igualdad de oportunidades o de género -sic-, conocimiento
científico, tecnología, originalidad artística, derechos humanos, educación, etc. Radicalmente mejor que el fundamentalismo islamista o de cualquier tipo, eso por supuesto. Pero es que en un Estado Islámico, como en cualquier tipo de organicismo social, la explotación se hace demasiado evidente si la idea de cuerpo social no se sostiene, es decir, si no se apoya en un inconsciente ideológico capaz de asumir como propia la relación señor/siervo (como en el feudalismo). Hoy eso ya no existe, y resulta que sólo es posible la relación sujeto/sujeto (sólo aparentemente simétrica).
No otra es la ideología -ya sin contradicciones demasiado problemáticas, al menos en su expresión- del “Yo
soy Malala, y esta es mi historia”, contada -¡y en buena hora!- por la jóven (hoy premio Nobel de la Paz), desde su condición de mujer (libre),
su verdad (íntima), su sentido común (universal); esto es: desde su
subjetividad (supuestamente) libre. Esto es lo que ha calado hasta la médula, también del mundo islamista, cuyo fanatismo no viene más que a reprimirlo. Y es que el
nuestro se ha convertido en un inconsciente ideológico global que legitima -repetimos,
en última instancia- a la economía dominante del mismo tipo.
IV. Lenguaje e
ideología
Donde hace más de tres siglos que
hemos asumido, consciente y -sobre todo- inconscientemente, dicho discurso como
propio, sin represión alguna, es en Occidente, donde las contradicciones y la
neurosis son otras.
Es sintomático en este sentido un editorial como el de El País de hoy (6/11/2014), en el que no
sólo se intenta dar ánimos a Sánchez, sino que se nos sorprende además diciendo
que el jaque al bipartidismo que ha supuesto Podemos, a juzgar por los últimos
datos estadísticos del Barómetro del CIS, “coincide con movimientos telúricos
que ya se han producido en la política de otros países europeos castigados por
la crisis”. Ciertamente, en Cataluña, lo telúrico -sic- podría llegar a considerarse
como explicación última (desesperada) de la falta de seny -otro mito- con que ha prendido la mecha de la traca soberanista.
Sólo que no es eso lo que empuja ciegamente a nuestro Artur y su Lancelot
(Junqueras) a la creación de un nuevo e hipotéticamente próspero Estado
capitalista, sino que ellos también se dicen cada mañana podem!
Pero volvamos a la neurosis del
editorial: el hecho de que se hable de crisis o corrupción y a la vez de
telurismo es simplemente una manera de evitar el tópico de "la rueda" o “los vaivenes de la
historia”. Es decir: como si la historia no fuera histórica; como si no
consistiera en nuestras relaciones de existencia (las reales y las imaginarias, como hizo notar Louis Althusser),
sino en cósmicos bamboleos: una especie de coctelera sociológica universal que
se agitara sola cada siglo y de la que salieran, como por ensalmo, los “nuevos
tiempos”, encaminados a sufrir su propia crisis llegado el momento del cambio y
-en lenguaje hegeliano puro- "la conservación de lo superado". Exactamente como un buen o
un mal trago. Porque eso es lo que el inconsciente ideológico de la supuesta
libertad nos hace pensar espontáneamente: que la historia es cíclica, que consiste
en una evolución natural de lo humano, algo resuelto en la tematización antropológica, sociológica y, ante todo, biológica (la temática de la Vida); y, por supuesto, la cultura: una evolución de lo mismo
hacia lo mismo: los "valores universales", los "temas eternos", sólo que hoy con tejanos y rock & roll. Todo, menos pensar en la lucha de clases diaria,
la que viene de arriba (desde el poder), económica, política e ideológica (consciente o
inconsciente).
Así, nuestro mundo también adolece de una especial neurosis discursiva: hablamos
de crisis en términos económicos (crisis asiática, crisis occidental, global, etc.) o
políticos (corrupción, bipartidismo, etc.) o trascendentales (crisis de
valores, crisis cultural, etc.), cuando en realidad, ideológicamente, la noción
de crisis transcribe, en terminología teñida por el sociologismo evolucionista
o de los ciclos, la idea romántica del Espíritu de la Historia hegeliano y sus
vaivenes, es decir, su autorreconocimeinto o negación trascendental de la
historia, frente a la negación material de la historia formulada por Marx: la consciencia histórica del hombre como hacedor (consciente e inconsciente) de la historia. La
historia de las relaciones de existencia, en definitiva. La ideología dominante, por supuesto,
descarta esta posibilidad por considerar que, si el hombre es el sujeto de la
historia, no puede por tanto “alejarse” -sic- lo suficiente de sí mismo como para
ser objetivo. De ahí toda la problemática de los métodos en las “ciencias
sociales” o “humanas”: métodos empíricos que, por un lado refinan su empirismo (sus prácticas analíticas/acumulativas y su extracción de conclusiones) y por otro se reafirman en sus presupuestos ideológicos, en concreto en la idea evolución-libertad.
Y es precisamente desde el uso político de esta
pretendida objetividad de los métodos empíricos que producen dicha noción (evolución-libertad) desde donde le llueven las
críticas a Podemos. A los de Pablo Iglesias, para contraatacarlos, se les dice (en
el mejor de los casos) lo que antaño se le decía a Julio Anguita: ¿Quién no va a estar de acuerdo con la utopía? Pero no es realista. Lo que ustedes proponen (revisiones de
la deuda estatal, subsidios a espuertas, políticas fiscales igualitarias, etc.)
es irrealizable, y además -esto tampoco es nuevo- sería catastrófico: sería una
involución. Digamos que contra el aplastante sentido común de Anguita, como
contra la política a contrapelo de Pablo Iglesias, se esgrime el sentido común dominante:
el del sujeto libre que solo necesita “regeneración política” (esto es,
evolución), no “lucha política”, sino -organicismo expresivo al canto- “sangre nueva” en el poder, es decir: un suero
de "ética política", unas dosis de humanismo (pero esto sólo a nivel discursivo). Es decir: el famoso “capitalismo con
rostro humano”.
Pero lo dudoso sobre Podemos (a pesar de que leen a Gramsci y
a Marcuse) es si de verdad pueden luchar política e ideológicamente contra ese poder (y no
nos engañemos: la “regeneración” es una lucha a muerte, solo que desde arriba,
desde el mismo poder) que se relaciona con Podemos
(y sus aledaños) por la base: la ideología del sujeto libre. Relación ésta, por supuesto, inconsciente, pero efectiva, y por tanto problemática.
La pregunta clave para Podemos (no para los infames yihadistas)
es, pues, si se puede o no luchar contra un sistema sin romper, cuestionándola,
con la ideología dominante que lo legitima. Si puede haber, en definitiva, una verdadera
lucha sin reparar siquiera en el hecho de que la ideología nos impregna también
a quienes pretendemos ir contra el sistema. ¿Tiene Podemos en cuenta que es el
Modo de Producción el que (re)produce nuestro inconsciente ideológico desde el
nacimiento, no las instituciones que nos lo inculcan (como creen los weberianos),
del mismo modo que no es el método el que ofrece el conocimiento de la
historia, sino el conocimiento mismo de que los métodos son producto de la
historia? ¡Hasta en las ciencias hay ideología! Podemos, sí, pero precisamente porque no
nacemos libres, sino capitalistas; y, en todo caso, nos liberaremos
conquistando la libertad. Eso es a lo que aspiramos.
V. La norma (o la
ideología del Big Bang)
Pero ¿de qué hablamos cuando
hablamos de libertad? El simple hecho de decir que hemos nacido libres y moriremos libres es caer en la trampa del sistema (¡el nuestro!), y eso se ha dicho
hasta la saciedad, desde Thomas Jefferson et
al., hasta los hippies o el movimiento 15-M. Es la norma.
Y es que, sin romper con la
ideología que nos configura, su (nuestra) norma, la de las relaciones imaginarias (de
libertad inter-subjetiva) con nuestras condiciones reales de existencia (la
explotación), la lucha contra el sistema sólo se volverá contra sí misma,
disolviéndose o segregándose en contradicciones bien conocidas: lo privado y lo
público, el individuo y la sociedad, la identidad y la otredad, las partes y el todo, la civilización
o la barbarie, etc., tan fáciles de resolver en boca de populistas,
independentistas, neoliberales, o altos funcionarios de Bruselas: los
“dominguillos” del poder, como los llama Julio Anguita.
Dejémonos, pues, siquiera por un
momento, de tanto big bang y de tanta
especie humana e intentemos pensar en lo que realmente nos hace ser quienes
somos, sin importar de dónde venimos ni a dónde vamos (en términos de evolución). Consideremos la historia en sus tres
niveles: el económico, el político y la norma ideológica. Y, sin embargo, es
este último nivel, el ideológico, el que nos remite, sistemáticamente, a pensar
en los orígenes de la Naturaleza Humana, esa invención radicalmente histórica (vid. Rodríguez, J.C., La Norma Literaria, Debate, Madrid, 2001).
En conclusión, podemos afirmar que el
triángulo Podemos-9N-PP, PSOE, etc. se explica por las contradicciones
de la base ideológica: la misma en todos (solo que unos mangan al por
mayor, otros al por menor y otros se han cansado del mangoneo, pero
no del sistema). Es la ideología
propia del sistema que nos configura (a todos) la que nos hace creer que
cada uno tiene su ideología. En definitiva: no hay motivo para tanto altercado -supuestamente- ideológico.